miércoles, 6 de febrero de 2013

Capítulo 9: Tu allí, yo aquí.

Ryan.

Aquel día, solo vi a Aria una vez, ya que después que saliera corriendo marchó a algún lado para coger sus maletas y dormir allí, a una habitación de hotel creo que dijo Dafne cuándo volvió. 
Nadie preguntó.
Nadie cuestionó lo que dijo Dafne.
"No ha pasado nada"
Pero todos sabíamos que algo si que había pasado, lo único que parecía ser un secreto, otro más a lo que debía ser una larga lista ya que no conocía apenas a ninguna de las dos y menos a Aria.
Después Mason se tuvo que ir, era sábado, y aunque no lo pareciera Mason y yo éramos los más "estudiosos" del grupo, y algo debíamos hacer. Para estudiar arquitectura precisamente tocarse las narices en el último curso de bachiller no había que hacer. Y no era el único que debía esforzarse, mi mejor amigo quería ser médico, y, joder, eso tampoco era nada fácil. Los dos debíamos seguir con nuestras medias de notables y sobresalientes si queríamos que las mejores universidades nos cogieran con sus becas, y de esas, quedaban pocas. 
Aquella noche después de ese día tan extraño intenté coger los libros, mientras unas enrevesadas derivadas e integrales me comían el coco. Pero cada vez que intentaba concentrarme de alguna manera, ella aparecía en mi mente interrumpiéndome y desconcentrandome. 
Me pegué a mi mismo unos ligeros golpecitos, debía reconocer que algo preocupado estaba por la chica, aunque la conociese poco, sabía que algo la había pasado en aquel momento en el salón, y no era una simple emoción por el matrimonio de nuestros padres.
De eso estaba seguro.
¡Joder!
Tiré el lápiz contra la pared. No me salía la maldita derivada. ¿Quién inventó esto?
No era la pirmera vez que hacía este tipo de operaciones pero por algún motivo ahora no me salían, y lo único que sacaba era ponerme furioso. 
¡Maldita Aria!
La iba a empezas a odiar. 
Sí, eso era lo mejor. 
Adiós a mierdas de preocupaciones. Ella tenía dieciseís, como si no se supiera cuidar. No sé porque se había metido en mi cabeza, pero la sacaría aunque fuese a patadas. 
Me tranquilicé, me había "obsesionado" con ella porque era la primera vez que la veía y además sabiendo que iba a vivir conmigo a partir de mañana. 
Sí, era eso. Seguro.
Suspiré y froté mi cara, y cerré los ojos. 
¿Qué hora era?
Cogí el despertador. Marcaba las diez menos veinte. 
Muy pronto. 
Miré la cama y me tentó. Fui hacía ella y me tumbé. No había cenado, pero tampoco tenía hambre y mucho menos ganas. 
El colchón acogió comodamente mi cuerpo, cerré de nuevo y por última vez los ojos, mientras mis pies colgaban de un lado, y colocaba, tanteando, la almohada de cualquier forma en mi cabeza.
Aria...Derivadas...
Sabía que al final mi punto débil eran las Matemáticas, pero eso iba a cambiar. Sí. Haría que fuera así.
Me dormí con una sonrisa irónica. 
Quién iba a decir que el mismísimo Ryan James se acostaría antes de las diez un sábado. Sin fiestas. Sin alcohol. Sin chicas. 
Bueno, con una sí.
En mi mente. 
Con esos ojos verdes militares que me miraban como si pudieran ver en mí.
Me estaba volviendo loco. 
...........
Dios... Que bien había dormido. 
Al menos hacía años, desde que era un niño pequeño que no descansaba así.
Estiré mi cuello, y di gracias por no haber dejado las persianas abiertas. Odiaba eso que ocurriría en las películas. ¿Qué emoción había en despertar con los rayos de sol? Solo faltarían los pajaritos cantando. ¡Ja!
Me levanté y pegué mi típico golpetazo al despertador, que por suerte no había puesto, para ver al igual que por la noche, la hora. 
Ocho de la mañana. 
Reí. ¿A las diez para acostarse un sábado y a las ocho para levantarse un domingo?
Creo que el comienzo del invierno me estaba afectando a la cabeza, y a mi reloj biológico. 
Me levanté con una extraña sonrisa en mi cara y salí hacía la cocina con intención de acabar con toda la comida que se encontrara en los armarios y frigorifico. 
Anduve feliz, incluso tatareando. Mi padre estaba allí.
-¿Hijo?- preguntó extrañado. Jamás había despertado tan pronto un fin de semana, y menos tan contento. 
-Buenos días, papá- saludé yo irradiando felicidad. Me acerqué a él, y le revolví el pelo como hacía antes. 
-Aja.... - asintió mi padre con los ojos como platos dejando su taza de cafe en la mesa y girando su silla en redondo hacía mí.- ¿Te encuentras bien?
-Perfectamente.- respondí cogiendo la leche del frigorífico y los cereales.
Pasos, y me paré.
¿Quién había...?
-¡Hola, chicos!- la voz de la mujer apareció en la cocina. 
Me paralicé, haciendo que prácticamente se me cayera la taza de la mano. Y la sonrisa se me borró del rostro.
¿Cómo lo había olvidado?
Dafne. 
Por un momento había olvidado completamente que mi padre se había casado, que Dafne ya vivía en nuestra casa y que hoy, precisamente hoy, venía Aria. 
-Hola cariño- la saludó mi padre mientras la acercaba así y con una boba sonrisa de enamorado la daba un suave beso en la boca.

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