sábado, 9 de febrero de 2013

Capítulo 16: Relaciones y recuerdos.

Aria.

La tarde del jueves y el viernes, pasó rápidamente. La mañana de este último día, había sido temiblemente tranquila. 
El instituto se mantenía en una calma sepulcral. Y eso no me gustaba para nada. 
La calma precede a la tempestad. 
Y tenía muy claro, que dentro de poco habría una. Nadie sabía que yo era la hermanastra de Ryan, y mientras no me preguntasen, no iba a decir nada y él, curiosamente, tampoco.
Ahora era sábado, estaba tumbada sobre mi cama y sin saber que hacer, como la mayor parte de mi tiempo.
No había visto en todo el día a Ryan, y ayer también apenas, había salido fuera con sus amigos, y cuándo la noche anterior había subido a mi cama para dormirme a las tantas de la madrugada él, todavía no había llegado, y ni si quiera estaba segura de que hubiera pasado la noche aquí. No había notado ni el más mínimo indicio. 
Cogí mi mano, y posé mis dedos en el móvil. Jugueteando. 
Hacía tiempo que no sentía esos nervios, esa impaciencia de que alguien me llamase. 
Y aunque pareciese una locura, estaba ansiosa de que esa chica que había conocido en la hamburguesería me llamara. Aunque no tuviera porqué.
Al fin y al cabo, solo nos habíamos conocido durante unos momentos. Y no tenía motivo alguno para llamar. ¿No?
Pero yo, tonta de mí, seguía esperando la llamada. 
Pero eso era tan poco probable, seguramente ella tendría amigos, y otras personas mejores que yo con las que pasar la tarde de un sábado. 
Seguro. 
Me tumbé en la cama, y cerré los ojos. 
Tosí varias veces, notando seca mi garganta. 
Llevaba así ya varios días, y como llevaba haciendo repetidamente alcé mi mano y la apoyé en mi frente. 
Caliente. 
De nuevo tenía fiebre. Y luego ese incómodo dolor en el pecho, aumentando poco a poco. 
Maldito constipado.
Poco a poco quedé rendida, y me dormí completamente. 
"-¡Aria!- él grito estridente de la señora Promey, me hizo levantarme sobresaltada de la silla de madera, y asomarme a la puerta, arañada y reconcomida por los años. 
-¿Sí?- pregunté yo. La cabezita de Joey, apareció en la puerta de la habitación continua. Con sus pelos rubios infantiles que empezaban a coger un tipo de estilo, cayéndole sobre esos profundos ojos negros que tenía. Él, arqueó las cejas como tan bien sabía.
-¡Baja!- gritó de nuevo Promey desde la planta baja. 
Yo miré con curiosidad a Joey. Él solo se encogió de hombros, y decidí salir de la habitación. Impacientar a la gruñona señora Promey no era lo mejor que podías hacer en aquel hospicio. 
Pasé por delante del cuarto de Joey, quién me cogió del brazo suavemente, y me hizo girarme hacía él. 
-¿Qué has echo?- preguntó mi mejor amigo. Yo negué con la cabeza. 
-Nada. - susurré hacía él, quién solo me miró, y luego me dio una sonrisa torcida. 
Joey, era un año más mayor que yo, y llevaba en el orfanato desde los dos. Cuatro años después, había llegado yo. Y al momento conectamos y nos hicimos amigos. Éramos inseparables. Y además juntos, el día a día, en aquel horrible y desolado lugar, se hacía más ameno. 
Bajé cuidadosamente las escaleras de madera roida, paso a paso. Hasta encontrarme con la señora Promey. 
Observé, que al lado suyo se encontraban dos hombres.
Visita. 
Instantaneamente, me coloqué el pelo, y dibujé una de mis mejores sonrisas. 
Los presentes al verrme, se giraron hacía mí, mientras notaba la mirada de interés de aquellos hombres, y la falsa sonrisa, más parecida a una mueca, de la señora Promey mientras me cogía de un brazo y me acercaba a ella. 
-Esta es- dijo señalándome. Las miradas de aquellos hombres se posaron en mí, los dos con una sonrisa afable. 
Uno, era más mayor que el otro, considerablemente. Más bien parecía su padre, seguramente lo era. Tenía el pelo cano, con unas gafas finas en sus ojos grisáceos. Su barbilla cuadrada estaba adornada por un pequeño manto de barba. Imponía.
Su hijo, tenía sus mismos ojos, y parecía un adolescente. Quizás los diecisiete apunto de cumplir la mayoría de edad. Era castaño. Y aunque, yo no sabía mucho a esa edad, creo que era guapo. O eso al menos hubieran opinado las chicas más mayores del orfanato. 
Los dos, me miraron de arriba abajo, sin borrar esa sonrisa que me ponía algo nerviosa. 
Fue el hombre mayor quién habló. 
-Nos la quedamos. 
Promey sonrío feliz. Pero yo no. ¿A qué se refería con eso?
Fue el joven quién se me acercó, y aganchandose para estar a mi misma altura, me lo explicó. 
-Hola, yo soy Ethan, y el es mi padre William. Y somos tu nueva familia. 
Parecía ser alguien bueno, así que le sonreí. 
Al fin saldría de aquel lugar. ¡Y antes de cumplir los once! Para lo que quedaba aún dos meses. 
Y pensé en Joey, nos íbamos a separar, pero seguro que me dejaban visitarle. Eso sí, echaría de menos su sonrisas, y que me despertara cada mañana saltando en mi cama. 
Era mi mejor amigo. Pero siempre lo sería. Era una promesa, y no pensaba fallarla. 
Lo tenía claro. 
Ethan me tendió la mano, y yo la cogí, fue la primera vez que noté su tacto caliente y suave. 
William me sonrió. 
Ahora ellos eran mi familia. Mi tan ansiada familia."
Desperté con un grito ahogado, mientras el sudor corría por mi frente y mi cama. Chorreando hacía la colcha de la cama. 
Levanté mis manos y las froté incansablemente contra mis ojos. Quería olvidar. 
¿Por qué tenía que haber soñado con ese día?
Un pitido me desconcertó. 
Era un mensaje, lo abrí intrigada. 
"Hola, soy Débora, la chica que te tiró las bebidas encima. ¿Te gustaría hablar? Si no, no pasa nada... Pero bueno, si te apetece y eso, abajo está la dirección de mi casa. Hasta luego. Y siento lo de las bebidas y tu vestido. Error mío."
Era corto, pero no pude evitar que me sacara una sonrisa. 
Tecleé un "Si" y lo mandé hacía aquel número que supuse que era el suyo. 
Luego, suspiré. Como llevaba haciendo toda mi vida. 
Volví mi atención a ese sueño, que más bien era un nítido y claro recuerdo.
Maldito día. 
Fue el día en que los conocí. En el que pensé que realemente iba a poder ser feliz. 
Ingenua de mí. 
Salí de aquel infierno para meterme en otro mucho peor. 
...........................................
Ryan.
 Noté algo en mi cara. Me molestaba. 
Me dio un ligero golpe mientras se movía. 
Abrí los ojos odiaba que me despertaran golpeandome o moviendome, era muy irritante.
Lo que me encontré fue un calcetín. Colocado en un pie. Pie que se encontraba posado en mitad de mi cara, y que pertencía a Dave. Quién compartía conmigo sofá. 
Miré hacía los lados. 
En el suelo, entre mantas estaba Mason abrazado a un cojín, y luego Clay estaba cerca de él, con una mano en su cabeza, y la boca abierta, mientras respiraba profundamente. 
La escena era digna de una foto. 
Me fijé en Clay, ahora con el brazo sobre su cabeza si que podía ver algún que otro morado moratón en él. ¿Cómo se había echo eso?
Le tendría que preguntar. 
Pero luego.
Intenté recordar algo de la noche anterior, entre el dolor de cabeza que me había producido el alcohol, o lo comúnmente denominado resaca. 
Estábamos en el departamento de Dave.
Él vivía solo, con su propia casa, sin padres o familia. 
Solo. Y libre. 
Sus padres eran ricos multimillonarios, que apenas pasaban tiempo con él, y además siendo hijo único. Así que juntando dinero y libertad, resultaba hacer lo que quisisiera. 
Hacía dos años se había venido a vivir aquí, harto de su ciudad, y creo que estaba contento, más que cuándo le vi por primera vez. 
Llevaba un polo azul de marca, con su pelo castaño claro repeinado hacía atrás. Estaba echo todo un pijo, tenía chófer y todo. 
Sonreí al recordar a mi amigo así, y le miré. Había cambiado tanto. 
Todos habíamos cambiado tanto...
.........................................
Aria
Estaba en frente de la puerta de su casa, debatiéndome entre llamar o no llamar. 
¿Estaba haciendo bien?
Me decidí. 
Sí. 
Me acerqué y con la poca fuerza de voluntad que me quedaba pulsioné el timbre de la casa de Débora. 
Escuché gritos, y pasos acelerados y luego su cabecita rubia angelical apareció por la puerta, con una sonrisa amigable. 
-Hola.- saludé yo, algo incómoda. No sabía que decir en estos casos. Era la primera vez que "quedaba" con otra persona.
-Ho-Hola- dijo ella con su normal tartamudeo, del que curiosamente, ya me había acostumbrado.
Abrió un poco más la puerta de su casa dejando ver más allá de ella, un bonito pasillo, adornado por plantas y cuadros.
-Pa-pasa- me incitó ella con un gesto de mano. Y yo, lo hice.
 -¿Ya ha llegado?- una voz de mujer resonó en algún lado. En el mismo momento, una mujer con un delantal apareció en el pasillo mientras me daba dos besos sonoros en la mejilla.
Quedé sorprendida, no estaba acostumbrada a tantas muestras de cariños, técnicamente porque yo no las permitía. 
-¡Marcus! ¡Ven a recibir a la amiga de tu hermana!- dijo la madre de Débora, quién me miraba nerviosa, y con las mejillas sonrojadas. 
Pero yo solo pude darle una sonrisa. Su madre me había llamado "su amiga".
Estaba para revosar alegría.
Quizás por eso no me di cuenta del chico que se presentó en aquel momento. De ojos azules verdosos y pelo marrón oscuro algo largo, pero que no le llegaba más allá de la mitad del cuello. Era alto, y de cuerpo atlético, ni muy pálido ni muy moreno, y con una pequeña barba de unos pocos días. Parecía mayor, ¿22 o 21 años?
Se me quedó mirando igual que estaba haciendo yo con él, y decidí reaccionar. 
-Hola. Soy Aria.- levanté mi mano, y decidí que había sido una muy buena idea ponerme guantes. 
Él apretó su mano contra la mía. Y luego sonrió. 
-Hola primer amiga de mi hermana, soy Marcus.- dijo él, mientras Débora bufaba. 
Interesante. 
Después de aquello, Débora me guió hacía su habitación, yo solo la seguí, no sabía que hacer.
-Siento to-todo eso. Ha sido bo-bochorno-noso. - me comentó avergonzada mientras me daba paso a su cuarto, el que por cierto era precioso. 
Con las paredes color lila, y la cama blanca y con pocos muebles, y una pequeña alfombra morada en el suelo, daba la sensación de tranquilidad y poco estrés. 
-Tranquila, eran muy simpáticos. Me gusta tu cuarto. - dije mientras tosía. 
Ella asintió. 
Nos sentamos sobre la alfombra, y empezamos a hablar.
Así por horas, que a nosotras se nos hicieron escasos minutos. 
Y me permití desconectar. 
Desconectar de mi verdadera realidad. 

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