sábado, 9 de febrero de 2013

Capítulo 17: Piérdete.

Ryan.

-¿Hola?
Nadie me respondió. Eso era extraño. 
¿Y Aria?
-¿Hay alguien en casa? ¿Aria?- volví a preguntar elevando mi tono hacía la nada esperando una respuesta, que no llegó. 
La casa estaba desierta. No había nadie en ella, solo silencio. 
Recorrí toda la casa buscando por cada lado a mi hermanasta, pero no había rastro de ella. ¿Había salido? 
¿Con quién? Si no había conocido ni hablado con nadie en aquel lugar, se había mantenido sola y callada. 
Subí mi habitación dejando mis cosas, y cogiendo ropa nueva. Me iba a dar una ducha, no quería tener  por más tiempo impregnado el olor a alcohol, me desagradaba. 
No tardé mucho en sentir el agua corriendo por mi cuerpo, depejando mi cabeza, y despertandome completamente. 
Suspiré.
Estaba algo preocupado por ella. ¿Por qué?
Salí tardío tiempo después, me vestí y decidí pasar una toalla por mi cabello castaño mojado, para secarlo, no quería ponerme enfermo y mucho menos ahora, ya que dentro de dos días comenzaríamos diciembre. 
Entonces oí el ruido del motor. Me intrigó bastante. 
¿Qué hacía un coche en la puerta de mi casa? 
Me asomé a la ventana lleno de pura curiosidad, mientras frotaba la toalla contra mi pelo. Y lo que vi, me dejó atónito. 
Allí estaba ella. Con su típica sudadera, que repentinamente había decidido que era lo mejor que podía ponerse no quería que ninguno chico más aparte de yo la viera con ese vestido. Estaba tan guapa, que... 
Nada. Nada. Nada. 
No sabía muy bien porqué tenía ese sentimiento, y encima, sonaba posesivo, pero había algo en mí que no quería que ocurriese eso, solo quería verla yo así. Y para mí.
Seguramente, era porque tenía buen cuerpo, y me sentía fisicamente atraído. Nada más. 
Llevaba su melena marrón recogida en una bonita coleta alta, que hacía que las ondulaciones de su pelo se notaran todavía más, cayendo justo por algo más de su cuello, que se exhibía esbelto, y tuve unas irremediables ganas de acariciarlo y besarlo, y... había un chico con ella. 
Me quedé de piedra. Tres personas salían del coche, ella y curiosamente la chica que la tiró las bebidas encima la noche de la cena, Débora, creo recordar. Pero junto a ellas, el conductor. Un chico seguramente más mayor que yo, parecía ser fuerte y atletico. 
Resumiendo, creo que era atractivo para una chica. 
Y la señal fue esa, cuándo Débora y Aria se dieron dos besos, y luego él la tendió la mano a ella quién con sus guantes la estrechó y le sonrió, él hizo lo mismo. Pero su sonrisa era diferente, lo sabía, porque yo utilizaba ese tipo de sonrisa, cualquier chico en mi posición se hubiera dado cuenta, era una sonrisa seductora. 
Aquel tipo estaba intentando coquetear con Aria. 
La sangre me hervió, y por un extraño motivo me sentí muy furioso. Tenía ganas de plantarme allí, en frente de él y decirle que ella era mi, mi... ¿Hermanastra?
Tiré la toalla al suelo, observando como sus dos acompañantes se volvían a meter en el coche y se predían entre las carreteras, y como ella entraba en casa. 
Oí el portazo al segundo.
Estaba muy irritado, no sabía porqué, seguramente efectos de la resaca.
Tenía que desahogarme, hoy llamaría a una de las chicas. 
Cogí el telefono, y marqué el número que primero se me vino a la cabeza.
Necesitaba pasar una noche divertida, y olvidarme de todo. 
.........................................
Aria.
Aún no cabía en mi asombro. 
No podía creer que lo hubiera echo. 
Me había relacionado, era tan extraño, tantos años obligada a no poder y al fin lo había echo. 
Estaba haciendo amigos.
No sé que me había pasado aquella noche en la que los cuatro salimos a cenar, pero esa noche, decidí cambiar el rumbo de mis pensamientos.
Permití quererme un poco a mi misma. 
Darme una oportunidad. 
Y lo iba a hacer. Ellos ya no estaban aquí, no los vería jamás. No escucharía más sus asquerosos gritos. Ya no. 
Ahora tenía a Dafne, con la que había pasado casi los últimos tres años, volviendo en mí. 
Y gracias a ella tenía una nueva vida. Nueva gente. Nuevo pueblo. Nueva familia. 
Nueva forma de ser. 
No sabía, ni tenía claro si quiera como había cambiado de parecer, pero por primera vez, me estaban entrando ganas de vivir, y seguir. Hacer una vida como los demás, como una persona normal. 
Lo malo de todo ello, es que no lo era. Sabía que por mucho que lo intentara ya no sería normal, pero era tan bonito y esperanzador creer que si podía. Aunque solo fuera por unos días, me permitiría soñar, vivir, como debí hacerlo si no les hubiera conocido. 
Ser la verdadera yo. 
Aunque había cosas que por mucho que lo intentara jamás se irían, nunca cambiarían. Se quedarían ahí, permaneciendo en mí. La cicatriz de mi costado era solo un mero hecho de que el pasado seguía allí, y de  que siempre me perseguiría. 
Suspiré.
Lo intentaría, ahora mi vida estaba tomando una buena dirección, y lo disfrutaría, aunque fuera por poco tiempo. 
Me fijé en las huellas de barro del pasillo, él ya estaba aquí, su abrigo marrón colgado en el perchero.
Era otro reto pero lo tenía que hacer por Dafne. Olvidarme de que él no era Ethan. 
Cierto que Ryan y yo no nos habíamos dirigido apenas la palabra, y que desde un principio nos habíamos decidido ignorar. Pero parecía que las cosas estaban cambiando ligeramente. Quizás podía hacer el intento. El mínimo intento de confraternizar con él.
Dejé mis guantes en la encimera, y limpié mis botas contra el celpudo interior. 
Comencé a andar, cuándo lo sentí. 
Agujereante, y doloroso. Era un pinchazo en el corazón. 
No pude hacer otra cosa que abrir la boca y llevar una mano al lugar de donde procedía el dolor, mientras me recostaba contra una pared. 
Tragué saliva fuertemente, mientras esperaba que la fuerza del pinchazo disminuyese. 
Cuándo lo hizo, me permití respirar con tranquilidad. 
¿Qué había sido eso?
Parpadeé nuevamente, por un momento había visto borroso. 
Sentí, el ya normal ardor subir hacía mi cabeza. Llevaba varios días con fiebre y tosiendo y estornudanso todo el rato. Incluso había sentido pequeñas dolencias en el pecho, pero este había sido el peor. 
Me recompuse. 
Esperaría a mañana, si veía que me encontraba peor iría al médico. 
Comencé a subir, lo que me parecieron, unas costosas escaleras. 
........................................................
Jenn.
Saqué los cascos de mis orejas al oír el tono de llamada de mi móvil. Miré la pantalla.
Ryan. 
No pude evitar sonreír. 
Si me estaba llamando, solo podía significar algo. Aparté mi flequillo largo y pelirrojo de la cara, descubriendo mi ojo izquierdo azul. 
Moví la mano, y pulsé el botón, lo cogí. 
-¿Si?- pregunté yo inocentemente, aunque desde la primera vez que me llamó tenía guardado su número. 
-Hola preciosa, soy Ryan. - me saludó él al otro lado de la línea, con esa voz tan seductora que tenía. Le adoraba.
-Ah, hola Ryan. ¿Qué te cuentas?- le pregunté haciendome la casual. 
No es que sintiera nada por Ryan, le conocía desde los diez años porque íbamos a la misma escuela, y los primeros años me gustaba pero luego me di cuenta de que solo era un encaprichamiento infantil. Nos habíamos acostado más de una vez, pero yo más bien me consderaba una muy buena amiga suya. 
-Nada, aburrido. ¿Y tú?- me contestó él. Ya sabía a dónde quería llegar. A comparación de Clay o Dave, que te lo decían directamente, Ryan era diferente, le gustaba hablar y conversar. Además contando de que era un chico inteligente se podía hablar con él de casi cualquier tema. 
-Escuchando música- le dije la verdad. Él soltó un bufido, sabía que no le gustaba. 
-Pues supongo que también estás aburrida.- reí, y el me acompañó desde el otro lado del teléfono- ¿Te vienes un rato a mi casa?
Y ahí estaba la proposición. 
Con Ryan, pasar el tiempo era ameno, era un chico divertido y bastante simpático, además guardaba cualquier tipo de secreto, más de una vez le había contado cosas mías comprometedoras y él no había  dicho nada. 
Sabía que él quería ser arquitecto, pero dios, valía muy bien como psicólogo.
-Claro, ahora nos vemos en la noche- acepté yo. 
Colgué.
Me arreglé, y miré el reloj. Quedaban dos horas.
................................................................
Aria. 
No me molesté ni en plantearme si Ryan estaría en su cuarto. 
Estaba muy cansada. No sé que me pasaba, pero me pesaban los ojos y sentía pequeñas bolsas bajo ellos. 
Tenía frío, y comencé a tiritar. 
Me resguardé bajo las mantas de mi cama, y entre el olor a sábanas me quedé dormida. 
"-Maldita niña. ¡Ven aquí! - venía de nuevo borracho, y de nuevo la pagaría conmigo. Ethan solo miraba desde el marco de la puerta impasible, y con una de las comisuras de sus labios elevada. 
Yo solo temblé. 
William agarró mi pelo fuertemente, mientras el dolor me hacía gritar. Choqué contra él, y su olor a alcohol me desorientó. Sacudí la cabeza intentando librarme de su agarre. No funcionó.
Me arrastró a lo largo del salón. Mientras yo pedía ayuda, y gritaba. Nadie aparte de ellos dos y yo misma, me escuchó. 
Me tiró hacía la esquina de la sala, golpeando mi cabeza contra la pared y el suelo, al igual que el resto de mi cuerpo. 
Me acurruqué agarrando mis rodillas intentando protegerme, temblando de miedo. Esperé con los ojos cerrados el primer impacto. A los segundos, que se me hicieron eternos, llegó. Su pierna golpeó mi espalda y mis piernas, una y otra vez. 
Las lágrimas caían de mis ojos sin poder contenerlas, mordí mi mano para no gritar, porque sabía que si lo hacía me desgarraría por dentro. 
Fue el chasquido de su navaja al abrirse lo que realmente me aterrorizó. Se acercó a mí, con esos ojos grises desquiciados y llenos de ira y alcohol, mientras agarraba mi brazo, y hundía la afiliada punta de su navaja y hacía el primer de muchos cortes. Una y otra vez. 
No paró hasta dejar mi brazo ensangretado, peor había dejado intacatas la zona de las venas, lo que deseaba que algún día se le escapase aquella navaje y cortase una de ellas. 
Lloré silenciosamente mientras veía la sangre correr por mi brazo. Cortes no muy hondos que no dejarían marca apenas visible. 
William se marchó, gritando y diciendo barbaridades dejandome sola con Ethan, quién me sonrío y cogiendome del otro brazo me dijo. 
-Vamos a curarte."
Respiré agitada, otra vez el sudor me empapaba. 
Había recordado aquel momento. ¿Es que acaso la vida estaba jugando conmigo?
Por una vez me daba una oportunidad de seguir viviendo, y desde el momento en que lo había decidido la pesadillas me habían abordado continuamente. 
Recuerdo tras recuerdo. 
Aquel día había sido solo uno más de esos dos años. Y no había sido el peor. Pero no podía evitar ese sentimiento de pavor cada vez que esas imágenes venían a mi cabeza. 
Levanté casi por instinto las mangas de mis brazos, y los observé cuidadosamente. Apenas se notaba nada, solo leve cicatrices a las que debía uno prestarles demasiada atención como para darse cuenta de ellas. 
Hacían todo lo posible para que no se notaran. Las curaban para que citrizasen bien, se dirgían a otra parte del cuerpo, el otro brazo, la espalda, y cuando ya había pasado un tiempo volvía al mismo lugar. 
Solté una risa amarga, mientras volvía a bajar las mangas de mi sudadera.
Que estúpida había sido. Que cobarde. Que inútil. 
Al final ellos tenían razón. Siempre la tendrían. 
Me incorporé en mi cama, y sentí el mareo, acompañado después de un dolor de pecho que hizo que me retorciera entre las sábanas. 
Respiré sofocada. 
Me levanté lentamente con la espalda también algo adolorida. 
¿Qué me estaba ocurriendo?
Me tambaleé hasta la puerta. Necesita ir a un médico. 
Poco a poco y como pude, con mis piernas flaqueando, me dirigí hacía la puerta del cuarto de Ryan, si estaba al menos me podría ayudar. 
No llamé, solo me apoyé en le picaporte.
-Ryan...creo que...- susurré, y al mismo momento me callé. 
Él, estaba allí. Pero no estaba solo. Debajo de él una chica que reconocí del instituto. 
Con las ropas tiradas por la habitación y los dos en su cama tapados por la sábana, supe lo que estaban haciendo, y me azoré de solo pensarlo. 
Los dos se me quedaron mirando, él casi parecía furioso. Yo confusa no sabía que decir.
-Yo...-murmuré.
-¿Ryan?- preguntó la chica bajo él. 
Los ojos de él no se despegaron de mí, llenos de asco. 
-Piérdete.- me dijo con todo el desprecio posible que se le podía poner en esa palabra. Yo, solamente cerré la puerta. 
Luego me apoyé en la pared. 
Aquello me había dolido, y no sabía porqué. 
Bueno si lo sabía. 
Pensaba que algo entre nosotros había cambiado, que después de que se ofreciera a llevarme en frente de todo el insitituto quizás podíamos llevarnos bien. 
Claramente me equivoqué. 
Me tambaleé hacía las escaleras, sujeta a la barandilla. Necesitaba ir a un médico cada vez me sentía peor. 
En el segundo escalón que bajaba una oleada de fiebre me invadió. 
Mi vista se volvió borrosa.
Mi pie en el aire no encontró el escalón, y todas mis fuerzas restantes decayeron. 
Sentí el aire en mi cara, y todo cubrirse de negro. 
....................................................
Ryan.
¡Mierda!
¿Tenía justo que entrar en mi cuarto en ese preciso momento? 
Cuándo los dos nos disponíamos a... La voz de Jenn me sacó de mis pensamientos. 
-Oye Ryan, ¿esa chica no era la del instituto?- Preguntó ella extrañada- ¿Quién es?
-Mi hermanastra.- solté sin pensar. Luego me percaté de mi error. Observé a Jenn a quién se le abrían los ojos de la sorpresa. 
-¿Tu hermanastra?-preguntó incrédula. Yo solo asentí.
-Jenn, es un secreto. No se lo puedes decir a nadie ¿De acuerdo?- la pedí yo, ella asintió firme aún sorprendida. Sabía que ella no me fallaría. Ella había confiado en mi tantas veces que me sabía incluso sus secretos más oscuros, que no tenía intención de confesar. 
Secretos eran secretos.
Oí un golpe fuerte.
Jenn y yo nos miramos, y su imagen me apareció en la cabeza. 
Estaba pálida, con los labios morados, y temblando. No podía ser. 
Salté de la cama, y Jenn prácticamente hizo lo mismo, creo que había pensado de igual forma. Me pusé la ropa rápidamente por si acaso y salí corriendo de mi habitación. 
Detrás mía Jenn, que respiraba agitada.
-¿Aria?- grité yo. Sin respuesta. Miré a mi alrededor. Nada.
Fui directo hacía las escaleras decidido a buscar en la planta baja, cuándo la vi. 
En el suelo del pasillo, blanca como la cera, sus labios morados, con su melena marrón cubriéndola parte de la cara, sus ojos verdes cerrados completamente, y un hilo de sangre saliendo de la cabeza. 
-¡Dios mío!- gritó horrorizada Jenn, mientras yo me quedaba allí, sin poder moverme, observando como Aria, tirada en el suelo, parecía inmóvil. 
Bajé como nunca había bajado, las escaleras, y me tiré hacía ella. 
Toqué la piel de su cara. Estaba helada.
Cogí con sumo cuidado su cabeza y palpé su herida, al instante mi mano se tornó en roja cubierta por la sangre. 
Escuché su respiración. Débil. Muy débil. 
Solo pude mirar horrorizado su cara pálida, como si estuviera muerta.
Como mi madre.
Muerta. 
-¡Llama a una ambulancia!- grité a pleno pulmón a Jenn que se había quedado parada arriba de las escaleras, totalmente asustada. 
Cogió entre sus manos temblorosas el móvil mientras marcaba. 
Volví mi vista a Aria. 
Tan quieta, tan blanca...
Por favor, que estuviera bien.

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