sábado, 9 de febrero de 2013

Capítulo 24: Confesiones.

Débora.

Otro día más.
Como otro cualquiera. 
Por la tarde. 
Y para eso solo había un significado.
Me tenía que ir a trabajar. 
Sinceramente, lo odiaba, no soportaba tener que trabajar en aquella hamburguesería pizzeria cinco días a la semana todas las tardes. No me gustaba.
Luego volver a mi casa con ese olor a fritura y aceite, y tener que darme dos duchas para que no apestara. 
Además mi verguenza y tartamudeo no servían para mucho a la hora de ser camarera y más cuándo iba gente joven de mi edad. Se burlaban de mí. 
Si pudiera cambiaría de trabajo. 
Pero esa es la cuestión, que no puedo. 
Nadie más quería aceptar a una adolescente de dieciseís años tartamudeosa. Nadie, ni si quiera para ser empleada en la biblioteca. 
Así que, eso era lo que me tocaba. 
Lo único bueno de aquel lugar, era él. 
Drew. 
Siempre conseguía sacarme una sonrisa, siempre me animaba. Era tan increíble. 
Pero él no se fijaría en alguien como yo. Bajita y con aspecto de niña, Drew me sacaba cuatro años. 
Cuatro años, que a mi se me hacían una franja incruzable. Además, tenía novia. 
Meliss, una pelirroja universitaria, guapa y espontánea. Sin timideces, y sin tartamudeos. Una chica de verdad. 
Suspiré, mientras entraba por la puerta trasera al local. 
El olor grasiento de hamburguesas me invadió completamente, olor a carne. 
Me estremecí, siempre me ocurría. No soportaba la carne, era vegetariana. Por eso era todo una ironía que trabajase allí. 
Amasando carne y friéndola para colocarla entre dos panes. 
Mi vida era un asco. Y ese día lo sería todavía más. 
Drew entró por la puerta, sonriente, como nunca antes. Su sonrisa blanca hacía contraste con su piel negra, era tan atractivo. 
-Hola, Debs.- me saludó con el apodo que creó él. Le sonreí. 
-Ho-Hola. ¿Por qu-qué tan fe-feliz?- me atreví a preguntarle. Él solo pasó una mano por mis hombros y me abrazó. 
Adoraba cuándo hacía eso, pero no lo hacía por el mismo motivo que yo le abrazaba a él, solo me consideraba su hermana pequeña. Nada más. 
Drew, era sencillamente genial, y mucho menos un patán. Él estaba en su segundo año de carrera en la universidad, estudiaba ingeniería aeuronática. Y estaba allí, trabajando a medio tiempo como cocinero de pizzas y hamburguesas, conmigo.
-He hablado con Meliss- me dijo emocionado. Quería alegrarme por él, porque supuse que lo que me iba a decir iba a ser algo bueno, pero no podía. Más bien lo temía. 
-¿Así?- pregunté sin tartamudear, mientras amasaba y hacía con la carne la forma redonda de una hamburguesa. 
-¡Sí! ¿Y sabes...? ¡Nos hemos comprometido! ¡La he pedido que se case conmigo y me ha dicho que sí! - la hamburguesa que tenía en la mano, mientras le escuchaba, cayó en el suelo desparramándose. 
No podía ser. 
¿Drew se iba a casar?
Él me miró esperando mi reacción, y yo solo pude sonreírle, mientras mis ojos escocían. 
Tenía que salir de allí. A este paso, iba a llorar. Y no quería que fuera en frente de él. 
Solté todo, y sin decirle palabra salí del local. Necesitaba despejar mi cabeza. 
Drew y Meliss se iban a casar. 
Sabía que debía sentirme contenta por ellos, pero no podía. 
Anduve y anduve callejeando varios minutos. Luego, ya más alejada y sola, me senté en un banco. Permitiendo que mis lágrimas cayesen una y otra vez por mis rosadas mejillas.
Ahora solo estaba concentrada en como mi corazón se rompía en cientos de pedazos. 
Allí marchaba mi primer amor. 
Cerré los ojos. 
Y fue su voz, una voz que se me hizo familiar la que me hizo abrirlos de nuevo. 
-Vaya, vaya... Segunda vez que nos encontramos. Lo que hace el destino.
...................................................
Clay. 
No podía creer la suerte que estaba teniendo en ese momento. Aquella chica en el banco, era la misma con la que había chocado el día anterior sin querer. Y no pude evitar ir hacía ella. 
-Vaya, vaya...Segunda vez que nos encontramos. Lo que hace el destino.- comenté yo detrás suya, quién repentinamente se sobresaltó y giró abruptemente su cabeza hacía mí. 
En ese momento caí en la cuenta de que estaba llorando. Transparentes lágrimas le caían de los ojos hasta la barbilla haciendo que su cara quedase roja. 
Me alarmé. 
-Ey, ey...¿Qué te ocurre?- me acerqué hacía ella, y teniendo unas confianzas que no existían, me senté al lado suyo. 
Ella negó con la cabeza, y avergonzada de nuevo miró hacía el suelo. Los leves sollozos comenzaron de nuevo.
-Mírame- puse un dedo en su mentón, haciendo que sus ojos quedaran en los míos y luego la sonreí. Inesperadamente, ella me abrazó y lloró en mi pecho. Sentí su cabeza en él, y me sentí, extraño. 
Algo que nunca había sentido. Calidez. 
Y era reconfortante. 
Minutos después en silencio, paró de llorar, y yo solo me quedé allí, abrazándola, sin saber que hacer o que decir. 
-¿Ya estás mejor?- me atreví a preguntarla, y como si se acabara de dar cuenta que estaba llorando en el pecho de un desconocido se separó de mí automáticamente. 
-¡Yo lo-lo siento!- prácticamente me gritó horrorizada, mientras su cara se volvía todavía más roja. Era adorable. 
Yo solo solté una leve carcajada. 
La chica miró mi camisa, ahora toda arrugada y mojada por sus lágrimas, y abrió los ojos de par en par asustándose. 
-Yo no.. yo lo...no er-era mi inten-ción que...- la chica cada vez parecía ponerse más y más nerviosa, y la escena me hizo nuevamente reír. 
-Tranquila, era solo una camiseta.- le dije mientras ella me miraba totalmente avergonzada. Apartó uno de sus mechones rubios de la cara. 
-Perdón.- susurró esta vez sin tartamudear. 
La sonreí de nuevo, aquella chica tenía algo especial. Algo que hacía que me sintiera cómodo a su lado. 
-Perdonada, y bueno, ¿Cuál es el motivo de que una chica como tú este llorando?- pregunté curioso, poniendo mi sonrisa natural. Con ella no podía fingir, parecía tan pura y tan inocente.
-Na-nada- me contestó, claramente no era así. 
-Sabes, te voy a proponer algo. - ella me miró extrañada- Tú me cuentas tus problemas y yo te cuento los míos. Sin nombres, ni datos. ¿De acuerdo?
Ella pareció pensarselo. Pero, aunque no lo pareciera, necesitaba desahogarme con alguien, y quién mejor para ello que una desconocida. 
Al final, acabó aceptando. Sonreí. Y ella comenzó. 
Posiblemente estuvimos así horas. 
Ella me contó sobre ese tal Drew, su primer amor. Su hermano, y lo diferentes que eran. Como odiaba tartamudear y su timidez, que a mi me parecía que la hacía linda, como no soportaba el color amarillo y el número siete. Que era vegetariana, pero que trabajaba en una hamburguesería. Que la encantaría leer montañas de libros, y que su pasión era dibujar. 
Yo la conté como nunca me había enamorado Que mi familia tenía problemas y mi padre me pegaba a mi y mi madre. Qué hacía poco había amenazado a un amigo. Y como odiaba que todo el mundo me creyera el más tonto, y que la gente se me acercara a mi por interés. Que me encantaba el color azul, y mi número preferido era el dieciseís. Que mi sueño, seguía siendo ser piloto, que corría en carreras ilegales, y que mi pasión eran las motos.
Reímos y reímos, desahogándonos el uno en el otro, y cuándo cayó la noche nos dimos cuenta que era el momento de parar. 
Posiblemente, aquella chica había sido la primera persona en saber tantas cosas de mí. Pero me sentía bien, más que bien. 
Era una sensación gratificante. 
-Bueno, creo que nos tenemos que marchar- tuve que decir yo, mientras me levantaba del banco en el que había estado sentado horas. Ella asintió, levantándose conmigo. 
-Ha si-sido interesant-te.- concluyó ella con una bella sonrisa. Yo, sin poder reprimirlo también sonreí.
-Sí... Dos desconocidos contándose sus problemas, ¿Por qué no?.
Me miró, y con una sonrisa se me acercó y me dio un simple beso en la mejilla, que para mi fue lo más especial del mundo. Era la primera vez que una chica me daba un beso tan casto, y la primera vez que con un beso sentía tanto.
-Adiós... Su-supongo que par-para siempre. 
-Sí, al fin y al cabo,¿Qué posibilidades tenemos de volvernos a encontrar?- pregunté yo, aunque me moría por ganas de pedirla su nombre, su número, volvernos a encontrar, pero no.
Un trato era un trato.
Y ella los senteció con su última palabra.
-Ninguna.- respondió sin tartamudear de nuevo. 
Se alejó de mí, hacía la dirección  contraria y yo hice lo mismo. 
Sin poder evitar esa sonrisilla tonta de mi rostro. Pero era cierto. 
Ella, aquella chica sin nombre a la que acababa de confensar todos mis secretos al igual que había echo conmigo, y yo, no nos volveríamos a encontrar.
Jamás. 
El destino no haría eso, ¿O sí?

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