sábado, 9 de febrero de 2013

Capítulo 14: Semana igual a siete días.

Ryan

El día pasó sin mayor dificultad, clases, deberes, más deberes, planes para aquella semana y ya.
También le había contado a Mason lo de Aria y yo solos, y después de reírse a carcajada limpia me dijo textualmente:
" ¿Desde cuándo te da miedo quedarte solo con una chica? "
Y me puse como un tomate, pero dejando atrás ese momento vergonzoso, reconozco que él tenía razón.
No sé que me estaba pasando. ¿Yo? ¿Asustado?
¿Desde cuándo?
Y ahora, estaba sentado en la silla de mi escritorio, mirando al buscador de google, sin saber que...buscar.
Los deberes estaban al lado. Más o menos echos. Me dolía la cabeza, y por más que lo había intentado la filosofía no era para mí. 
Yo era de pensar las cosas claras, nada de preguntarme a mi mismo. No. No. 
Y no negaba que fuera una asignatura interesante pero al igual que la Historia era mi punto fuerte, la Filosofía, junto a las Matemáticas, aunque no tuvieran punto en comparación, eran las peores. Y por desgracia, en las que más me tenía que esforzar.
Esperé el típico grito de mi padre que indicaba que la cena estaba lista y que solo faltaba poner la mesa. Pero no llegó. 
Quién llegó, fue Dafne. 
Dos golpes en mi puerta, y supe que era ella, mi padre ni se habría molestado en llamar. 
-Pasa.- le dije yo, mientras la puerta se abría y la cabeza rubia de Dafne entraba por primera vez en mi habitación. 
Me sonrió como siempre hacía. 
Esta mujer parecía la persona más calmada del mundo, desprendía tranquilidad con solo verla. Y eso era algo muy satisfactorio. 
Miró con curiosidad mi habitación entrando completamente. 
-Esperaba otra cosa.-se sincerizó conmigo. Y la entendía. La habitación que tenía no concordaba con la imagen que daba de mí, con mi chaqueta de cuero negra y chico mujeriego.  Más bien, era todo lo contrario. Un par de estanterías con los premios y cinturones de kárate. Una estantería llena de libros, y fotos sobre ciudades que me parecían bonitas. No era nada del otro mundo. 
¿Qué se pensaba que iba a ver? ¿Pinchos? ¿Con todo negro y posters de chicas? ¿En serio?
-Me los suelen decir.- la contesté con una sonrisa. La relación que tenía con Aria era simplemente nula, pero con Dafne me intentaba llevar mejor, al fin y al cabo era la mujer que mi padre amaba, y supongo que si le gustaba a mi padre, con lo parecido que éramos me gustaría a mi también. Y así era. 
Estaba contento de su decisión de casarse, se le veía más feliz.  
Ella rió limpiamente. Sus ojos brillaron.
-Bueno, tu padre y yo estábamos pensando en como era la última noche antes de la luna de miel, pues queríamos hacer algo especial. Así que vamos a ir al restaurante de la ciudad. - comentó ella, parecía emocionada. Asentí, sonriendo. - Así que, ha arreglarse que hay que ponerse guapo, aunque a ti no te hace mucha falta. 
No sé que me pasó en aquel momento, que mi corazón se ablandó. Me lo había dicho con tal cariño, y parecía tan sincera. En ese instante no me hubiera importado llamarla "mamá". 
 Quizás, fue en esa corta conversación en la que comprendí que ella no era una simple sustituta. La estaba empezando a querer, y aunque yo hubiese querido a mi verdadera madre como a nadie, Dafne se estaba ganando mi cariño. Llevaba mucho tiempo sin una madre y ahora, necesitaba una. 
-De acuerdo- la respondí yo, mientras me levantaba de la silla, y de un impulso la rodeaba abrazando. - Gracias por estar aquí. 
Ella apretó su abrazo contra mí, y se separó sorprendida. No me extrañaba, yo tampoco hubiera esperado eso de mí. 
Sonrío aún más si era posible y con los ojos acuosos marchó de mi cuarto. 
Suspiré cerrando los ojos. 
A arreglarse. 
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 Aria. 
Me daba verguenza salir así. No era lo que solía ponerme, y me sentía descubierta, dejando ver demasiado de mí, mucha piel. 
Me miré de nuevo en el espejo. 
Horrorosa.
Fui corriendo al armario y cogí el abrigo más largo y grande posible, que tenía. 
Mucho mejor. 
Dejé suelto mi melena marrón intentando tapar lo máximo de mi cuello. No podía salir así a la calle. 
Tosí. 
-¿Aria?- Henry me llamó al otro lado de la puerta. Resultaba que hoy era una noche especial, el día antes de su noche de bodas, y querían cerebrarlo con nosotros. 
-Ya voy- respondí yo, colocandome lo mejor posible el abrigo. Eché mi cabeza para atrás y luego intenté relajarme. 
Abrí la puerta y me paré en frente de Henry quién ahroa me mriaba con la boca entreabierta que luego cambió por una sonrisa dulce.
Lo sabía, lo sabía, no debería haber echo caso a Dafne...
Lo único bueno, era que al menos, estaba de buen humor. 
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Ryan.
Quizás, cosa que era muy probable, me estaba volviendo loco. O empezaba a tener alucinaciones. 
Mi padre esperaba con nosotros en el pasillo, llevaba un abrigo marrón largo, que supuse que era de Aria, bajo el brazo. Sonreía, mientras me guiñaba un ojo. 
¿Qué significaba eso?
Lo comprendería en nada. 
Fue cuando oí sus leves pasos, todo lo contrario a mí, que la vi bajar. Con los mechones de su pelo reozando sus descubiertos hombros, enseñando un perfecto cuerpo de modelo que lo adronaba un azulado vestido corto, dejando al fin ver unas preciosas piernas tan increibles como las de Melodie. Y yo, como idiota que era solo me quedé mirandola a la cara, embobado. 
Aquella chica, que podía pasar por modelo, con ese cuerpazo, era Aria. 
Estuve a punto de gritar. 
Había algo en ella, que me hacía perder el control, y querer abrazarla, besarla...
 ¡Mierda!
¿En qué estaba pensando?
Estos primeros días había decidido ignorarla, ella hacía que en mi interior se formaran cosas que a mi gusto eran mejor no experimentar, y ahora, solo porque la veía todo se iba al trate. 
No. No. No. 
Ella me miró con sus ojos fríos. Tenía que hacer algo. 
Lo primero que se me ocurrió, soltar una leve carcajada de burla. 
Ella miró hacía otro lado pero casi pude ver la verguenza en sus ojos. ¿Había sacado un sentimiento suyo? Estupendo, riéndome de ella. 
Soy un idiota.
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Henry
 Estoy seguro de que se me estaba olvidando algo. 
¿El qué?
Repasé de nuevo todo. Una y otra vez, mientras conducía el coche ante la atenta mirada de mi hijo, quién extrañamente se estaba comportando raro. ¿Era yo o estaba nervioso por tener al lado a Aria?
Recordé mis viejos tiempos, cuándo yo era un joven de su edad. Yo también lo hubiera estado, Aria con ese vestido, y sin esas sudaderas que siempre llevaba se veía bellísima, y encima sin maquillaje. 
Eso sí, no se parecía en nada a Dafne. Ella era bella también, pero todos sus rasgos eran distintos. Estaba seguro de que era adoptada, pero no me había atrevido a preguntarselo a Dafne, quizás en estos días que pasaríamos juntos hablaramos sobre ello. Además mi mujer también me había dicho que había estado observando comportamientos extraños entre nuestros hijos, y si eso lo decía ella, significaba algo. 
También tenía claro que Ryan, no era ningún santo ni mucho menos, pero era un buen hijo, y bastante inocente, que se creía que no me enteraba de las fiestas que hacía. Pero, estaba contento por él, le había educado yo solo después de la muerte de Julle y, él, había soportado una gran carga cuándo había despertado y encontrando con aquella arpía que le echaba la culpa del accidente de su hija. 
Pero yo no, sabía que la culpa no la tenía él, solo había sido el destino, y más aún cuando, en el mismo día el despertó y ella se marchó definitivamente. Al menos ahora con Dafne esperaba que volviera a tener la imagen de una madre que cuidara de él. 
Hacía unos minutos cuando nos habíamos quedado solos, me había dicho que él la había abrazado, y eso me hacía la persona más feliz del mundo, aunque yo todavía seguía preocupado, no conseguía ningún tipo de acercamiento con mi hijastra, y aunque Dafne me había asegurado de que no había nada de que preocuparse y que la había caído bien, yo todavía seguía inseguro.
-¡No!- paré en seco el coche, al haber recordado aquello que olvidaba. Mis tres acompañantes me miraron alarmados. 
-¿Qué pasa, cariño?- preguntó sobresaltada Dafne, mientras aparcaba en un lado de la acera el coche. Tapé la cara con mis manos, ganandome varias miradas de preocupación. 
-Lo siento...- susurré yo. ¿Cómo se me había podido olvidar?
-¿Qué ocurre papá?- me interrogó esta vez Ryan estupefacto, levanté la cabeza y le miré moridiendome el labio. Me iban a matar.
-Se me ha olvidado reservar...
Había tenido hoy una reunión para confirma la transeferencia de varios datos de neustra empresa con otra que se nos iba a unir, y tan ocupado estaba que se me había pasado por completo aquello. 
Todos me miraron con las cejas arqueadas y los ojos abiertos. Sin reserva, no había cena.
El silencio tensó se acumuló dentro del coche. 
La risa fresca y sencilla lo rompió. Por primera vez la oía, y quizás no era el único. Todos nos giramos hacía ella, que reía divertida ante mi mirada atónita y la mirada incrédula de Dafne. Giré la cabeza minimamente para ver a Ryan, que ahora con la boca abierta la miraba embobado. 
Yo, conocía esa mirada. Era mi mirada. La había sacado de mí. 
Y yo tenía esa mriada cuándo... Oh Dios, ya sabía a lo que se refería Dafne.
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Ryan.
Solo podía verla a ella. Todo lo demás había dejado de existir. 
Su risa alegre, y dulce hacía eco en mí, todo lo contrario a lo que parecía su personalidad. Cada carcajada hacía que mi corazón latiese un poco más rápido cada vez.
Ella tenía sentimientos, y era tan bonita cuándo los mostraba. 
Estaba tan bella, riendo sin parar, mientras sus mejillas se teñían de un leve y colorado rosa, y su pecho bajaba y subía. 
Era preciosa. 
Adiós a mi plan de intentar ignorarla. 
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Aria.
¿Qué qué hacía riendo? No lo sabía.
Hacía años que no permitía que una sonrisa sse dibujara en mi cara, pero me sentía extrañamente feliz Por una vez, decidí dejar de fingir que era esa chica fría. Por una vez, quise ser yo. Como era antes. Antes de tener esa experiencia, de conocerlos.
Risueña, alegre, divertida, positiva... Sí, no sé por qué, pero hoy sería así. Quería esta noche ser así. 
Moví los ojos para encontrarme con los de Dafne, que me miraba con lágrimas en ellos. Lágrimas de alegría. En tres años que ella me conocía y la primera vez que mostraba un signo de felicidad. 
Se lo merecía. Merecía saber, que estando con ella era como mejor estaba. Aunque no fuera mi verdadera madre. La quería. 
Henry también me miraba atónito. Supongo que se esperaba otra cosa de mí, y de Ryan ni si quiera me molesté en fijarme. 
Por unas horas me merecía ser feliz. Aunque fuera solo por unas horas. Poder ser yo, la verdadera y inédita yo. 
La primera risa que me acompañó fue increiblemente la de él, Ryan. Después Henry y más tarde Dafne. 
Fue una locura, los cuatro riendonos en un coche parado en doble fila ante las miradas extrañas de los que pasaban por allí, y ¿Qué? 
Al fin parecía que tenía una familia. 
Con una madre, que aunque no lo fuera, había sido lo único que me había incitado en quedarme en este mundo durante estos tres últimos años. 
Con un padre, que aunque le acabara de conocer apenas cinco o seís días. Sabía que amaba a Dafne, y parecía una buena persona, todo lo contrario a ese hombre de mis pesadillas. 
Y Ryan, que me despreciaba y me ignoraba, y por el que poco a poco hacía que las murallas de mi corazón se derrumbase. Y no eran simples sentimientos de fraternidad, pero tampoco quería indagar más. Mejor que se quedaran allí, olvidados.
Solo era que estaba feliz de que ellos, fueran distintos a aquellos que siempre aparecían en mis pesadillas y recuerdos. Atormentandome. William y Ethan Knight.
Sus nombres me hacían temblar. Pero no ahora. 
Ahora no, ahora estaba allí, casi cuatro años después, y no lo permitiría. 
Quizás pasaron diez minutos mientras los cuatro reíamos, para luego mirarnos los unos a los otros. 
Locura. 
Era la mejor palabra para definir aquello. 
Y una idea apareció fugazmente en mi cabeza.
-Vamos a una pizzeria. 
Adoraba la pizza, y parecía no ser la única. 
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Ryan.
Lo más subrelista de la noche fue posiblemente entrar en la primera hamburgesería-pizzería, que encontramos, vestidos de etiquetas con las fijas miradas curiosas de los allí presentes. 
No pude reír de nuevo. 
Nos sentamos en la mesa más cercana y libre que encontramos. 
Los cuator con los ojos brillantes de la diversión, y yo sin poder apartar mi mirada de Aria. Sus labios rojos se veían tan bonitos, tan tiernos... Tenía ganas de besarla. 
¿Qué?
No. No. NO.
La camarera, una chica de nuestra edad, interrumpió mis pensamientos. Tenía el pelo corto, rubio y ondulado, dandole una aspecto ingenuo y angelical. Era guapa, pero con tal solo apreciar el rubor de sus mejillas al preguntarnos mientras miraba fijamente al suelo, supe que era tímida. 
Y que no parecía interesada en mí, si no más bien, en el joven cocinero que se encontraba ahora preparando unas pizzas. Que fue lo que pedimos. 
Aria tosió de nuevo. La había oído ya varias veces, desde que la dejé abandonada esa hora en la calle después del instituto, y debía reconocer que la culpa me reconcomía. 
-¿Te encuentras bien?- preguntó Dafne con la preocupación reflejada en su elfíca cara, con lo que ella asintió.
-Un simple costipado.- sonrió, de nuevo dulcemente. Con lo que me dejó petrificado y sin poder despegar mis ojos sobre ella. 
Lo tenía decidido. 
Solo por esta noche, no la ignoraría. Solo por esta noche, sería yo con ella. 
La chica de antes trajo nuestras pizzas sorpresivamente pronto. Y pude logar ver su nombre en la chapa de identificación que llevaba colgada. 
Débora.
Aria al igual que yo, también lo leyó. 
Comimos agradablemente esperando los refrescos, mientras mi padre y Dafne hablaban animadamente de lo que harían esa semana de luna de miel. Mi padre quería hacer turismo como un loco, y sobre todo visitar los monumentos históricos, adoraba la Historia, al igual que yo, pero sobre todo la Geografía. Sin Geografía, él no era persona. Dafne contaba de hacer fotos a todo, y que nos llamarían cada noche, y nos contarían que habían visitado y que no, y todo los que le faltaban. Estaban terriblemente emocionados. 
Cuándo Débora vino con las bebidas, me encontraba sediento, y casi muerto de sed, ya que practicamente había engullido la pizza sorpresivamente rápido sin ningún tipo de líquido acompañandola. 
En ese momento Aria, se levantó, excusándose para ir a los baños. 
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Aria.
Posiblemente ninguna de las dos estaba demasiado atenta a lo que hacía en ese preciso momento, cada una con nuestras cavilaciones. Y los ojos en el suelo. 
Fue cuándo sentí el golpe y el líquido derramandose en mi vestido, cuándo comprendí que habíamos chocado. 
Las dos estupfactas, nos observabamos mudas cada una con su respectivo traje manchado de lo que parecía cerveza y coca-cola.
-Lo-lo si-siento- se disculpó ella horrorizada. 
-Yo también.- Dije mientras miraba con una mueca nuestros trajes respectivamente. Estaba feliz. Y solo pude soltar una sonrisilla. 
-Yo... No e-era mi in-intención.- se diculpó de nuevo bajando la cabeza mientras tartumudeaba. 
-No pasa nada. Vamos a los baños y nos limpiamos. -Ofrecí yo. Mientras un compañero suyo, nos dedicaba una sonrisa torcida y empezaba a recoger aquel estropicio. 
Nos dirigimos a los aseos, las dos calladas sin saber que decir. 
Me acerqué al lavabo y con un cacho de papel mojado, empecé a frotar, parecía que se quitaba facilemente. La chica que se encontraba a mi lado, hizo lo mismo. 
Me arriesgué. Iba a ser yo, ¿No?
-Soy Aria- me presenté, soprendida de mí misma. Estaba sociabilizando. 
Ella señaló el cartel de identificación de su uniforme rojo y blanco, el que por cierto, ya había leído. 
-Débora. 
Se hizo el silencio de nuevo. Esta vez, fue ella quién comenzó la conersación.
-¿Es-es la priemera vez qu-que vienes por aq-aquí?- preguntó tartamudeante. Era tímida, muy tímida. 
Asentí. 
-¿Eres-s la novia de Ja-James?- preguntó casi avergonzada. 
¿James? ¿Quién era James?
Luego recordé. Ryan. Ryan James. Abrí los ojos. ¿Es que todo el mundo le conocía? Espera...¿Yo su novia? 
Un nudo se depositó en mi estómago, seguramente por asco. 
-No, no. Soy su hermanastra. ¿Por qué? ¿Te interesa?- pregunté perspicaz. Era increíble, que le tuviera que usar a él, para sacar tema de converación con otra persona. 
-¡No!- dijo ella alarmada.- Yo ya...
Suspiré de alivio. Alguien que no estaba tras él. Al fin. 
Me senté en el suelo, y ella se sentó junto a mí. Entablando una conversación. 
Pasaron los minutos, las dos sentadas en el suelo del baño, mientras esperábamos que nuestras ropas se secasen. Curiosamente teníamos bastante en común. 
Fue Dafne quién nos interrumpió. 
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Dafne.
Estaba siendo una noche extrañamente feliz.
Incluso había visto por primera vez desde los tres años que la concocía, a Aria reír. Reír como se reiría alguien normal. Y eso me alegraba.
Parecía que había sido una muy buena idea eso de irnos a vivir y formar una familia con Henry y Ryan. 
Entré en los baños algo preocupada, llevaba demasiado tiempo allí con esa chica con la que había chocado, lavándose su ropa. 
Quizás fue la sorpresa, que no pude evitar que mi boca se abriera. 
Allí estaban, las dos. Sentadas la una junta la otra, apoyadas en la pared, conversando animadamente. 
Aria, estaba hablando con alguien más de su edad. Haciendo amigos. No pude hacer otra cosa que cerrar mi boca y entusiasmarme como nunca. 
En ese momento notaron mi presencia.
-Hola- solo dije yo. Fue esa palabra y que la otra chica bajara la cabeza. ¿La había intimidado? Eso era imposible, yo no intimidaba. ¿O sí? 
Me asusté ligeramente, no quería que se sintiese mal, y además siendo la primera amiga de Aria. 
Sonreí alegremente, para tranquilizarla. 
 -Oh, hola. - saludó desconcertada mi hija.
-Venía a ver porque tardabas tanto. Pero si quereís me marcho- dije felizmente, no tenía ningún problema en que ellas dos se quedaran hablando. Ninguno. 
Esta vez, fue la otra chica, la que avergonzada negó con la cabeza. 
-N-no. Debo vol-volver al tra-trabajo.
Sonrío hacía Aria, quién sorpresivamente hizo lo mismo, y salió de allí. 
Me quedé mirando a Aria quién ahora se levantaba del suelo. La mancha del vestido aún seguía ahí, pero se notaba muhco menos. 
-¿He estropeado algo?- pregunté yo arrepentida incluso de haber ido a buscarla, por una vez que hablaba con alguien de su edad, y yo me interponía. Menuda madre que era. 
-No, no tranquila. Si eso, ya volvermos a hablar. Espero que no te importe pero le he dado mi número de móvil. 
¿Le había dado su móvil? 
Si ella nunca lo utilizaba. Se lo había regalado hacía ya más de un año, y si quiera se había molestado en tener a nadie aparte de mí en la agenda. Y nunca me llamaba. Incluso me sorprendía que se supiera el número. 
Creo que fue la vez que más feliz salí de un baño.
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Henry.
Nos habíamos quedado solos, mi hijo y yo. 
Y curiosamente él no quitaba la mirada de la puerta de los baños de muejres desde que Aria había entrado en ellos. 
Tenía que hacerlo.
Tenía que preguntarlo. 
-Ryan- llamé su atención. Se giró de mí, algo ido. Luego asintió. -¿Me tienes algo que contar?
Creo que le costó procesar la pregunta, luego la cara de verdadera confusión se posó en su rostro. 
-¿Qué?-preguntó él totalmente desconcertado. 
-¿Si me tienes que contar algo?- volví a preguntar yo alzando las cejas. 
Él me miró como si no fuera su padre, y si un extraterreste. 
-Eh...¿No?- contestó dubitativo. 
Al mismo tiempo las puertas del baño se abrieron, primero salió la camarera, y luego Dafne y Aria. 
Fue verme mirando y se giró abruptamente. Era el momento perfecto. 
-Ryan, mírame- lo hizo. Sus ojos totalmente atentos a mis movimientos, había utilizado el tono serio. Siempre funcionaba. -¿Seguro?
Sus ojos no se despegaron de los míos. 
-Totalmente.
Sonreí, y sacudí la cabeza. 
Ni él mismo se había dado cuenta. Este hijo mío. 
-Sabes, confío en tí.
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Ryan.
Esta noche estaba siendo de lo más rara. 
Primero lo de Aria. 
Y ahora esto. Mi padre interrogandome diciendo que confiaba en mí. ¿A qué venía eso?
Aria y Dafne se sentaron de nuevo en la mesa. Ahora, íbamos a pedir los postres. 
Noté la gran sonrisa de Dafne hacía su hija. ¿Había pasado algo? 
Mi padre me miró a mí. Yo solo me encogí de hombros. 
Cosas de mujeres. 
La cena pasó rápida, y sin darnos cuenta, la noche se fue acabando, hasta llegar a casa. Nuestros padres se quedaron en el salón, viendo la televisión, mientras Aria y yo, nos subíamos a nuestros respectivos cuartos. 
Comenzamos a caminar por el pasillo, en silencio. 
La oí toser y se puso una mano en la frente. Otra vez tosió.
-¿Te encuentras bien?- fue una simple pregunta, que posiblemente cambiara todo para mí. Me miró, y con una leve sonrisa que prácticamente me dejó inmovilizado, entró en su cuarto. 
Era la mejor noche, de los últimos años. 
Pero mañana todo volvería a la normalidad, yo ignorándola y ella con esa máscara de insensibilidad. ¿Por qué?
Porque sabía que si no era así, algo iba a ocurrir, algo que no estaba seguro de que me gustara. 
Sinceramente, tenía miedo. 
Tenía miedo de conocerla mejor. Y descubrir como realmente era ella. 
Todo ella era un problema.
Solo tenía que aguantar una semana. Una semana solos, en la que no pasaría nada, y volveríamos a la normalidad. A mi normalidad. 
Al fin y al cabo era una semana. 
¿Qué iba a ocurrir?
No daba tiempo a que pasara nada. Era imposible. Solo tenía que aguantar. Y luego me olvidaría. 
Una semana igual a siete días. ¿No?

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