sábado, 9 de febrero de 2013

Capítulo 12: Luna de miel.

Aria. 

Esperé en el mismo lugar en el que me había dejado él, un kilómetro más allá del instituto. Las clases, me habían ido bien, tenía solo una con Ryan, y eso en parte me hacía feliz, cuanto menos tuviera que verle mejor, había algo en él que me hacía recordar, y eso, no me gustaba, nada. 
En Física se encontraba Mason, creo que se llamaba, el mejor amigo de mi hermanastro que me dedicó alguna que otra sonrisa amigable, así que supongo que gracias, y en dibujo se encontraba Clay, con otro amigo suyo que había visto que desgraciadamente pertenecía a la banda de Ryan. Y para que negarlo, los cuatro al menos me alegraban la vista, eran guapos, pero tenían pinta de idiotas. 
Por suerte, no me habían echo presentarme en ninguna clase, solo me habíand dejado sentarme, no tenían tiempo para esas tonterías. Este insituto iba ganando puntos poco a poco 
Aparte de eso, no me había relacionado ni molestado en saber el nombre de alguien más. Mi misión en el instituto no era precisamente hacer amigos, ¿Para qué? 
Solo quería terminar de una vez con buenas notas, y alejarme de este lugar, de este país, e irme a algún remoto sitio que apenas nadie conociese. Ese era mi sueño, algún día lo cumpliría.
Media hora después aún estaba sentada en el bordillo de la acera, y suspirando resignada me levanté. No iba a venir. 
Comencé a andar dirección a casa, o lo intentaría. 
La noche anterior había buscado las rutas para ir al instituto y volver, ya que no contaba que Ryan me llevara en su coche, pero no las había memorizado apenas. Supongo, que habría que echarle imaginación y algo de espiritú aventurero. 
Observé las calles mojadas, con pequeñas capas de hielo formandose en las aceras, los árboles sin hojas moviendose ritmicamente al son del vaivén de una fría brisa, el cielo gris prediciendo una buena tormenta, quizás algún copo cayese. 
Me abracé más a mi misma, respiré profundo.
Me encantaba ese tiempo.
Escuché el simple silencio que se formaba sin voces humanas alrededor.
Cerré los ojos momentáneamente premitiéndome relajarme como hacía tiempo que no ocurría, incluso estaba dispuesta a dejar florecer una pequeña sonrisa por mis labios. 
No ocurrió. 
El pitido del coche, de su coche, hizo eco y rompió aquel clima.
La cara de desagrado fue la mayor posible. Me giré lentamente, para verle ahí, parandose cerca de mí. 
-Sube- me ordenó sin ningún tipo de saludo. Se le veía enfadado. 
 No me molesté en decir que no, era cierto que aún me quedaba más de un kilómetro por recorrer y por muy relajante o calmado que fuera, hacía demasiado frío. 
Noté el calor justo al entrar en el coche, y lo recibí agradecida. 
No hablamos. 
No nos dirigimos la palabra. 
Me fijé en que Ryan llevaba el volante muy apretado, tenía los nudillos blancos. Sí, sin duda algo le había pasado. 
Una extraña y mínima preocupación se instaló en mí. 
Espera... 
Sacudí mi cabeza. ¿Preocupación por Ryan? 
Eso no estaba en mi lista de sentimientos. La eliminé. No me importaba lo que le pasara, al igual que él a mí. Éramos hermanos por obligación, debíamos convivir por obligación.  
Nada de emociones extrañas, no se me estaban permitidas. No las iba a permitir. No ahora. Después de tantos años. 
Estornudé. 
Estupendo. Ahora me había constipado. 
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Ryan
Mierda...Mierda...Mierda...
¿Por qué me sentía tan culpable?
Vale, no estaba bien que la hubiera echo esperar casi una hora al descubierto con este frío.  Pero sinceramente no me apetecía verla de nuevo. Pero ahora que la oía estornudar, con la cara pálida y los labios rojos, dios... que labios. 
No. No. No. 
Me concentré de nuevo en la carretera. 
¿Por qué mi vida tenía que cambiar ahora? Justo ahora, cuándo me iba bien. 
Me iba a graduar, tenía amigos, novia, todas las chicas por mí, con posibilidades de becas hacía las mejores universidades, un futuro casi decidido...
Y aparecía ella. Y su madre. 
Pero sobre todo ella. Se estaba metiendo en mi vida como un virus, bajandome todas las defensas, dejandome desprotegido, y eso, no podía ocurrir. Mejor dicho, no iba a ocurrir. 
Los virus, se eliminaban con vacunas, solo necesitaba una. 
Y la encontraría. 
Pasaría de ella, la ignoraría todavía más si hacía falta, pero la sacaría de mi cabeza de una maldita vez.
Además, ¿Por qué me había asustado la idea de Clay?
Aria, era solo otra chica más. La enamoraría, y luego la rompería el corazón, como a todas. 
Entonces, ¿porqué sentía esa presión en el pecho?
Era otra más, como cualquiera. Todas eran iguales. 
La ira me consumió. Dejaría que Clay se divertiera, no tenía porque advertirla, verla sufrir me haría más feliz, estaba seguro. Clay la utilizaría, y luego yo, me podría poner a reír felizmente. 
Eso haría. 
Y sin que Clay lo supiera, me ayudaría a sacarmela de la cabeza, así no pensaré más en ella. Solo como otra carga más de mi casa, y ya. 
La observé por el retrovisor, tenía los ojos cerrados, casi parecía dormida, pero su respiración aún era demasiado agitada como para ello. 
Se la veía tan bien...  Tan inocente e indefensa, con esa melena marrón, escapandose de la capucha azul medio caída, haciendo contraste con su tez blanquecina, con las pestañas negras rozando sus pómulos, los labios entreabiertos dejados en tal posición para poder besarlos...
¡Qué estoy pensando!
Es Aria. ¡Aria!
Me sentí aliviado al llegar a casa. Me estaba poniendo nervioso. Y lo peor es que era por ella. 
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Dafne. 
No hay que ser madre para darse cuenta de la situación.
Callados, y con labios fruncidos, los dos entraron por la puerta de la casa. 
Les sonreí como siempre hacía.
-Hola, chicos- saludé efusiva, ocultando mi interés por su actitud- ¿Qué tal el instituto?
Ellos asintieron sin muchas ganas. 
-Bien- practicamente susurró Ryan. Y de los pocos días que le conocía, sabía que eso era raro en él.
Subió por las escaleras, mientras el silencio reinaba en el pasillo. Miré a mi hija interrogativa, quién solo se encogió levemente de hombros y al igual, que su hermano, marchó hacía arriba. 
Sonreí. 
No era tonta. Sabía perfectamente que esos dos se llevaban mal, se ignoraban. Pero, Aria estaba teniendo una actitud extraña, y Ryan también... 
Mi sexto sentido de mujer me dijo lo que yo creía que iba a suceder.
Debía hablar con Henry. ¿No?
Al fin y al cabo teníamos que darles la noticia, y ver como se lo explicabamos, solo esperaba ver sus reacciones. 
Madre o no, esto se iba a poner interesante...
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Aria
Estornudé por decimoquinta vez en aquella media hora. 
Oficialmente, me había cogido un buen catarro. Además me pesaban los ojos, y estaba segura de que algo de fiebre tenía, nada mejor para el comienzo de segundo de bachillerato. 
Miré de nuevo al techo blanco de mi habitación, y mi estómago rugió, tenía hambre. Me había sentido bastante indispuesta en la comida y apenas nada me entraba, así que me subí en el primer momento que pude. 
Ahora esperaba algo ansiosa la cena. 
-¡A cenar!- el grito de Herny desde abajo de las escaleras me hizo saltar como si tuviera un muelle. Abrí la puerta de la habitación, y pasé por en frente de la de Ryan. 
Silencio. 
Bajé, mientras iba hacía el salón y ponía lo que faltaba de mesa. 
La comida no tardó en venir, y llegó antes que él. 
Venía de la calle, con esa chaqueta de cuero que le quedaba demasiado bien, tenía el pelo humedo, y parecía algo mojado. 
Había estado lloviendo. 
Sinceramente no me había molestado ni en mirar por la ventana en todo el día, había estado en la cama, y los deberes los había echo allí también con el cuaderno en mano, y las persianas bajadas. 
-Ryan, llegas tarde- le recriminó su padre, aunque con suavidad, mientras le hacía un gesto para que se sentara en la mesa. 
No nos miramos. 
-Si, lo siento- habló apresuradamente, parecía nervioso o inquieto. Dejé de pensar en ello, no era de mi incumbencia. 
Tosí. 
 Y noté como un pequeño ardor subía a mi cabeza, genial, más fiebre. 
Henry esperó a que estuviesemos sentados para hablar. 
-Bueno chicos- vi de reojo como Ryan ponía los ojos en blanco, lo que significaba que era una de esas típicas charlas de padres. Suspiré resignda, Dafne me daba pocas de esas, pero cuándo las hacía, lo odiaba. - Como sabeís, Dafne y yo todavía no nos hemos ido de luna de miel, esperando sobre todo, que nos conocieramos los unos a los otros, y que convivieramos al menos tres o cuatro días juntos. Como ha ido bastante bien en general, hemos decidido irnos dentro de dos días. Durante una semana. 
Procesé la imformación. Me parecía bien que se fueran de noche de bodas, supongo que se lo merecían, pero una semana era mucho, y eso implicaba algo que no me gustaba ni un pelo. 
Dafne me leyó la mente. 
-Lo que os deja a vosotros dos solos en casa. 
El vaso de Ryan volcó en la mesa, haciendo que el poco agua que quedaba en su interior se derramase por la mesa. 
Ahora se daba cuenta. Y por la cara de horror que ponía, estaba segura de que le gustaba lo mismo que a mí, nada en absoluto. 
Pareció volver a la realidad, y ante la mirada atónita de se padre limpió como pudo con servilletas el agua, dejandolo practicamente seco. 
Nuestras miradas se cruzaron momentaneamente. Los dos diciendonos cosas muy claras pero sin palabras. 
Nos ignoraríamos, o al menos lo intentaríamos. 
Temblé. Estaríamos solos. 
Solos. 
Aún recuerdo aquellas veces en las que me quedaba sola con él. 
No. Eso no ocurriría. 
Ryan no era él, ¿Verdad?
El miedo me invadió, no podía ocurrir.
Miré a Dafne significativamente quién solo me devolvió una sonrisa con sus ojos brillantes, estaba tramando algo.
¿Por qué?
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Ryan
¿Qué? ¡Qué!
¿Qué había echo para merecerme aquello?
Quedarme una semana con ella. 
¿Cómo iba a conseguir una vacuna, si la vería en cualquier momento en casa, estando los dos solos?
Me había ido a dar un paseo bajo la lluvia, solo para despejarme y ahora, mi padre y Dafne me salían con estas. Los dos solos en casa. 
Decidido, me iría a la de Mason. 
Lo único bueno, era que podía hacer unas cuantas buenas fiestas. No importaba que ella estuviera aquí, no creo que se lo dijera. 
Aunque para ser sinceros, Aria, me daba más miedo de lo que aparentaba. Había algo en ella, que me hacía sentir cosas que eran mejor reprimir, por mi bien. Y quizás, por el suyo. 
Sería una semana. Siete días. 
Podía con ello. 
Debía poder con ello.

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