miércoles, 6 de febrero de 2013

Capítulo 10: No nos conocemos.

Ryan.
-¡Ryan!- gritó mi padre mientras guardaba los últimos libros en mi cartera y me ponía mi chaqueta de cuero que marcaba los músculos de mis brazos, y me daba un aspecto de..lo más irresistible.
Resoplé. Desde ayer no paraba de llamarme: ¡Ryan! Enséñale eso a Aria...¡Ryan! Dile como funciona eso a Aria...¡Ryan! Indícale donde esta eso a Aria...
Aria. Aria. Aria. Aria. 
Me iba a volver loco. ¿Es que acaso el destino estaba jugando conmigo? Yo todo el rato intentando pasar de ella y mi padre juntandonos cada dos minutos. Me ponía de los nervios.
Menos mal, que ni si quiera nos cruzábamos la palabra. Debía ignorarla  ¿Por qué? Ella en dos simples días se había metido en mi cabeza como ninguna otra chica, cegandome y deconcertandome. Y eso me molestaba, me hacía sentir impotente. Por eso la mejor opción era odiarla, y la más fácil, también. 
 Colgué mi mochila al hombro, me miré por última vez al espejo, coloqué mi castaño pelo con una pasada de mano  y sonreí. 
-¡Ryan, baja!- gritó de nuevo mi padre.
¿Qué quería? 
Bufé, y con una última mirada hacía mi cuarto y luego, a mi aspecto, salí de la habitación. 
Me lanzé hacía las escaleras y las bajé corriendo, me encantaba, era una forma de entrenarme y hacer ejercicio antes del instituto, y adoraba el ruido que hacían mis pasos por la velocidad.
En el pasillo, estaba mi padre, y como no, ella.
-¿Qué?- pregunté seco, mientras echaba una mirada desaprobadora a Aria. 
Llevaba su pelo castaño recogido en una coleta alta, sin nada de maquillaje en su cara, ni si quiera brillo de labios. Una sudadera azul tapaba su tronco, y la llegaba más allá del culo, y debajo, unos pantalones marrones anchos, también de chándal  con las mismas deportivas azules y blancas, que me habían golpeado el sábado por la mañana al despertarme. 
Arqueé una ceja. 
Debía ser una broma. 
¿De veras iba a ir así al instituto? 
El instituto era un mundo, y lo que más contaba era la imagen y ella iría así... sin faldas, sin escotes, sin tacones, sin... belleza.
-Tienes que llevar a Aria al instituto. Pero conduce con cuidado.- dijo mi padre mientras me lanzaba las llaves de mi  coche. Hacía nada que me había conseguido sacar el carnet, y bueno, me costó meses convencer a mi padre de que me comprara un coche y además después de lo ocurrido con el de los Ritcher. 
Le eché una mirada enojado, y luego concentré toda mi ira en Aria. 
-No soy su niñera, puede ir perfectamente andando. - contesté yo enfadado. Ahora tenía que llevarla al instituto y de paso la compraba un helado ¿No?
-Jovencito, controla ese lenguaje- me reprendió mi padre, echan dome una mirada furtiva.- Eres su hermano mayor, así que sí, la llevas y te callas. 
Me dirigí hacía la puerta mientras que Aria y yo nos dábamos una mirada fría.
Odio mutuo. 
Genial.
Abrí el coche sin miramientos y esperé a que ella se sentara en el asiento del copiloto, y cuando lo hice arranqué sin más. 
Puse la radio para dejar atrás el silencio tenso que se había formado en el interior del coche, y de reojo vi como ella solo miraba por la ventana el paisaje. 
Me enervaba. Me ponía nervioso. La odiaba.
Tres kilómetros. Tres kilómetros. Tres kilómetros. 
Me repetí a mi mismo. Respiré tranquilamente, y una idea se cruzó por mi cabeza. 
Minutos después paré el coche. 
-Tú te quedas aquí- le anuncié a Aria que me miraba impasible.
¿Es que acaso no tenía sentimientos? Todo el rato la había visto con la misma cara, sin mostrar nada, una estupenda máscara que ocultaba todos y cada uno de sus sentimientos. Sentí admiración, que instantáneamente se esfumó. 
-No quiero que me vean llegar al instituto contigo, y menos con esas pintas. la dije yo despectivamente mientras señalaba con la cabeza a su sudadera y chándal. 
Ella asintió. 
Se quitó el cinturón rápidamente, y abrió la puerta, saliendo de mi coche. 
Iba a cerrar la puerta cuando puse una mano en esta, y la miré a esos ojazos verdes, sin brillo, sin ganas.
-Una última cosa- le dije yo.- Tu y yo, no nos conocemos. 
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Aria
 Si que era idiota. Me había dejado a un kilómetro del instituto, y encima con el frío que hacía.
Tener "hermanos" para esto. 
Coloqué en condiciones mi mochila en los hombros, con lo rápido que me había echado no me había dado tiempo si quiera a colocarme bien mi sudadera. Tiré de ella hacía bajo, y cubrí mi cabeza con coleta, con la capucha de tela que esta tenía. 
Comencé a andar.
Al menos con Ryan no tendría que preocuaparme. No era como él, al menos en aquel sentido. Me odiaba y no estaba interesando ni una pizca en mí. Y eso, irremediablemente, me hacía feliz. 
Mientras recorría las silenciosas y grises calles de la ciudad, llegué al instituto. Y era, cmo me había imaginado que podía ser un instituto. Un gigastesco edificio de ladrillos, con miles de alumnos entrando en él, y prometiendo...Mucha diversión...
Maldito instituto. Era solo una forma de decir cárcel.
Fue el cruzar las alambradas que separaban a el mundo con aquel lugar, y que todas las miradas de mi alrededor se quedaran fijas en mí. 
Las chicas me miraban con gesto de burla y cotilleaban, mientras los chicos reían y algún que otro me señalaba. 
Parecía ser que si no ibas en pleno invierno con minifaldas o ropas que taparan, precisamente poco, no eras muy normal. Cuándo Ryan había dicho que si iría así, no exageraba, y viéndole a él, estaba segura que formaba parte de los más importantes del lugar.
Seguí andando, con los nervios a flor de piel, odiaba sencillamente ser el centro de atención y me sentía observada  muy observada, parecía que cada paso que daba estuviese siendo controlado y evaluado por todas aquellas personas. 
Cuando entré en secretaría solo pude soltar un pequeño y apenas reconocible suspiro de alivio, aunque no me gustara reconocerlo sabía que todas esas personas de atrás debían estar hablando de mí. Y eso, me asustaba. Quería pasar desapercibida. ¿Tan raro era?
La secretaría se colocó sus gafas poniendolas en le puente de la nariz, y me observo. 
-Soy la nueva alumna. - solo dije. Ella sonrió dulcemente mientras se echaba para atrás su negro pelo corto.
-La señorita... ¿James o Wilson? - preguntó ella dubitativa. La frase de Ryan vino a mí: No nos conocemos. 
-Wilson, Aria Wilson. - contesté segura. 
-Bien... Pues aquí tienes el horario. Suerte- otra sonrisa dulce, parecidas a la de Dafne, y cogiendo la hoja que me tendía salí de allí. Pude observar como en esta también había unas pequeñas indicaciones para llegar a cada clase. 
Matemáticas.
Mi primera clase. 
Busqué en los pasillos, entre miradas curiosas. Me paré en frente de lo que parecía un aula.
Abrí la puerta y entré.
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Ryan
-Hola, guapo.- me saludó Melodie sentándose al lado mía, en última fila. Sus labios fueron hacía los míos y empezamos un beso apasionado. 
Adoraba esta hora, era mi preferida. 
Estaba en última fila, y con mi novia al lado. 
Podíamos hacer, lo que se dice, bastantes "cosas".
Las puertas se juntaron y mientras nuestros labios aún seguían juntos, miré de reojo. 
Me paralicé. 
Incluso el notar las manos de Melodie subiendo por mi espalda, no me hizo quitar la mirada de la persona que acababa de entrar. 
¿Qué hacía allí?
¿No tenía un año menos?
El destino, literalmente se estaba burlando de mí.
Tenía a Aria, en mi clase, de Matemáticas junto a mi novia.
A la mierda el plan de perderla de vista. 
Aparté la vista y me centré en las caricias y besos de Melodie, mientras su nombre aún rondaba mi cabeza. 
¡Joder!

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